El mundo se acabó.
NononononopuedesernoestábiendóndeestámamádóndeestáAlmayonoquierocuidaralbebéquierovomitarnopuedoenfocarnadanomesientobienyanuncaporfavorayudaalguienrespirarespiratodomeduelerespiramamádecíaesorespirasédueñadetimismarespira. Respira. Sé dueña de ti misma. Respira. Otra vez, comienza de nuevo. Sé dueña de ti misma.
El mundo se acabó. Bueno, no exactamente. Tu mundo se acabó, eso, tu mundo se acabó. Sólo quedan tú y él. Tan chiquito, tan fuerte.
A veces, en la hora muerta de la noche cuando duerme y su silencio te permite apreciar todo el ruido nocturno, fantaseas con cerrar los ojos y que ese sea el final. Una nada abismal, sin extremidades ni miedos ni deseos ni culpas ni llanto ni nada, sólo no ser.
No sabes bien cómo terminó todo pero, sin duda, la fiebre fue el epílogo. Te deshacías en calor y sudor a la vez que tu mente flotaba inestable, amenazaba con volverse espuma. Eras consciente, pero apenas y podías reaccionar. Para cuando regresaste a ser alguien ya todo había cambiado, ya sólo quedaban ustedes dos.
Lograste levantarte. Fue gracias al llanto. El sonido repiqueteaba en tu cabeza, ni siquiera comprendías qué era, puro ruido, un chillido doloroso. Seguiste el sonido y el zumbido de tu cabeza sirvió cómo un sonar; te guío hasta la entrada de la puerta, por fin lo viste y casi al instante los gritos cobraron sentido. Mami, mami, mami, mami. Susurraste su nombre, te dolía hablar y no reconociste tu voz, pero él sí. Te miró y el silencio que provino de su asombro fue como aire fresco, sin dudarlo alzó los brazos y lo levantaste. Te señaló la puerta.
No, no, no podemos salir… Antes de decir algo más el llanto regresó con el mismo mantra, la misma fuerza que aplastaba tu cráneo. Mientras mecías los brazos y acariciabas su espalda creíste que su garganta terminaría por desgarrarse, creíste que tus oídos se reventarían. No recuerdas cuánto tiempo pasó antes de que se durmiera en tus brazos, pero se durmió y en medió del silencio tú comenzaste a llorar. En medio del estupor algo despertó en ti (¿DóndeestáAlma?).
Así empezó. Ya han pasado varios días. Ni siquiera te has recuperado del todo, no estás segura de que puedas recuperarte del todo, pero te sientes más dueña de tu cuerpo, los mareos son menos constantes. El dolor sigue presente, una tensión en tus músculos, en tus articulaciones, como si se opusieran a tu control. Te cansas muy rápido. No puedes cargarlo por mucho tiempo. Vamos, ahora tú sólo, tú puedes. Tratas de sonar dulce mientras le hablas y lo regresas al suelo. Es sorprendente lo rápido que gatea, casi tanto como cuando prefiere caminar, aunque sea más lento, más torpe.
Los días pasan y el dolor va menguando, el de ambos; tu cuerpo sigue oponiéndose, pero ya no es tan pesado; su llanto disminuye, sigue ahí pero ya no desgarra.
Aún se encapricha en señalar la puerta, en golpearla, en gritarte algo que juras es “vamos”. A veces, casi siempre, quieres gritarle, agarrarlo a la fuerza y sacudirlo y volverle a gritar. Casi siempre logras controlarte, con tanto dolor es difícil sentir algo más complejo que el hartazgo, casi nunca te enojas, no de verdad. Aunque el otro día le soltaste un golpe en la cara. Te quitaste la sudadera, tenías que lavarla, estaba llena de vómito y sudor (basta b a s t a bastaporquéyoestabacubiertenvómitoymierda v o m i t o y m i e r d a), entonces él se cayó de bruces al suelo (siempresiemprelomismoelsegundoquenoloveoalgopasa s i e m p r e e s m i c u l p a) y lo levantaste. Ya en tus brazos, con las pestañas empapadas, vio tu pecho y sonrió. Eche. Acercó su carita y sentiste su diminuta mano en tu seno. No lo pensaste. Con la palma abierta lo diste un manotazo, sentiste su nariz, el agua colgando de sus pestañas. De vuelta al llanto.
Tu garganta se cierra con la culpa. Perdónperdónperdón. (Soyhorriblenopuedonopuedonopuedosoyhorribleayuda). Respiras hondo, la cabeza te zumba, respiras otra vez. Lo pones en el suelo. Recuerdas lo que Alma hacía, suspiras y le hablas tan suave como la frustración te permite ¿Tú estás triste? Tí. ¿Tú quieres que te abrace? Tí. Lo envuelves en tus brazos y dejas que siga llorando. ¿Estás triste porque querías leche? Ti. Lo siento, yo no puedo darte, no así, pero está el biberón, ¿quieres de esa leche? Tí.
Con el paso de los días y la repetición esto se vuelve una pequeña rutina que van dominando de a poco, la repiten diario y a cada rato. Hace que los berrinches sean más breves ¿Tú estás triste? ¿Tú estás enojado? ¿Es porque no podemos salir? ¿Es porque tengo que cambiarte? Tí, tí, tí, tí.
Estos juegos-rituales son tu mejor herramienta. Cuando se cae o se golpea, ahora corre, aunque no haya espacio y los muebles estén justo a la altura de su cabeza, preguntas: ¿Quieres que te haga Sana sana? Tí. Sana, sana, colita de rana, si no sana hoy sanará mañana. Mientras cantas masajeas la zona y te aseguras de que no es más que un golpe, al terminar un beso tronado que le hace reír.
Van un par de días que el cansancio empeora y tienes más sueño del normal (estoytancansadanopuedo d o r m i r másdetreshoras las p e s a d i l l a s el b e b é porfavor p o r f a v o r sólo q u i e r o dormir). Tus manos están hinchadas y en el fondo de tu mente empiezas a sospechar que la enfermedad sólo te dio una tregua que está a punto de terminar. Les advirtieron que era peligroso huir de la zona urbana, el aire afuera no está limpio, el cuerpo de la gente joven no sabe respirar la cochambre del aire.
Pero igual se levantan y tratas de sobrellevar el día, hay muchísimo por hacer. Siempre hay cosas que hacer (n o p e n s a r n o r e c o r d a r). Haces que te ayude, aunque el tiempo de la tarea se duplique. Calientas la comida (nosdijeronquehabíacomidayenergíaparaunañoquéharécuándoquéquéharé). Barres y él sostiene el recogedor (Quéharésólomuevolabasuradeunsitioaotrootro o t r o otro qué haré cuandonohayamásespacio) Hay que calentar el agua para bañarlo (Sevaaacabar el a g u a el aljibe ¿ c u á n t a agua q u e d a? nononononono) Se te empañan los ojos, el deseo de llorar repta desde tu garganta. Vamos, te cargo hasta la cocina. No, Tú. Algo que podría ser una risa se te escapa. ¿Tú me vas a cargar? No, no, Tú inaa. Mientras lo dice se pega en el pecho. No entiendes, pero te inclinas para levantarlo. No, no, ¡Tú oloo! Tú, Tú. Sigue golpeándose el pecho con su mano. Tú. Tú. Repite la palabra y el golpe. Una idea resplandece en ti. ¿Tú vas sólo a la cocina? Tí. Él sí se ríe, de puro gusto y sin nada que empañe la risa. ¿No quieres que te cargue? No, Tú olo. Está contento, sonríe y empieza a caminar a la cocina. Solo. Tienes un nudo en la garganta, esto es más práctico, pero te preguntas por qué hasta ahora descubriste que cargarlo no sólo era cansado.
Entonces (pinchesuertedelavergaesaesmi s u e r t e nobasta c o n joder a l b e b é) sientes el calor viscoso en tus labios, la sangre te escurre por los muslos, suave y lenta, tu vientre pulsa. Encuentras alivio en saber que por fin tu cuerpo y el mundo se han sincronizado. Caóticos, en tu contra, devoran por dentro y fuera. Te pones de cuclillas y dejas que se desborde el llanto, moqueas, gimes y te entierras las uñas en los brazos.
¡Bel, Bel, Bel, Bel!
Se pone delante de ti y grita tu nombre, o al menos lo que puede pronunciar de tu nombre. Estás asombrada y por un momento paras de llorar, al menos para verlo fijamente. ¿Bel iiiste? Sí. Estira los brazos y trata de rodearte con ellos, te abraza. Estoy bien, estoy bien, pero me duele mi pancita, no pasa nada. Acaricias su cabeza y tratas de sonreír. Él te suelta y pone su manita en tu estómago. Anaaaa, anaaa, itaaa anaaaa. Da pequeñas y fuertes palmadas mientras habla, al terminar se inclina y truena un beso en su propia mano. Quieres llorar otra vez. En lugar de eso te levantas y vas al baño a buscar una toalla, tienes que asegurarte que las puertas y ventanas sigan cerradas, tienes que hacer que corra y juegue lo suficiente para que tome su siesta temprano, tienes que limpiarte, tienes que limpiarlo, tienes muchísimo que hacer. Ya no hay más tiempo para el llanto. (Tengoqueempezara l l a m a r l o porsu N O M B R E)
La noche lo envuelve todo, él duerme y tu divagas en tu mente, flotas de un recuerdo a otro, tratas de no estar, de no concentrarte en nada particular. Un pensamiento y luego el siguiente, que fluyan hasta que duermas. Uno de tus brazos está entumido pero no lo mueves por miedo de despertarlo. La calma es un bien escaso. Cada vez habla más, grita, refunfuña, ruido y más ruido, siempre.
No entiendes por qué no se queda donde está. ¿Por qué se esfuerza tanto en hablar más? Decía un par de palabras y podías entenderlo. No había necesidad de aprender más, de pasar a las oraciones que no domina y no entiendes. Balbucea. No le entiendes y repite con una firmeza y paciencia impresionantes, pero sigues sin entenderle. Un par de veces más antes de que logres descifrar el mensaje. Y no es lo único. Quiere hacer todo solo. Pide agua y mientras sostienes el vaso aclara que él lo hará. Noo, Tú olo. Estás a punto de ponerle el shampoo y extiende la manita, Noo, Tú, Tú. ¿Por qué necesita ser más de lo que es?
Sientes envidia de él. Puede ser feliz, completa y totalmente feliz, aunque sea a ratos. También puede ser pura furia, gritos y pataditas sin más propósito que escurrir coraje. O puede ser una tristeza inconmensurable. Quizá sea un hada, capaz de tener una sola emoción en el cuerpo, solo una: inmensa, pura, total. Es más fácil comprender que sea de una naturaleza mística, algo fantástico, no puedes concebirlo como otra cosa. Aunque diario crezca. ¿Cómo es que ese cuerpecito será el de alguien como tú? ¿Será como Alma? A veces crees que la ves en sus ojitos, en sus expresiones.
Qué cosa tan extraña es crecer, qué cosa tan rara es la infancia ( s i e m p r e c r e c i e n d o d e m a s i a d o r á p i d o). Hay algo seguro ahí, el mundo puede estar desmoronándose y no importa porque eso es todo lo que conoces. Existes en un estado de constante asombro, todo se renueva a cada segundo. Tú no querías irte y dejar todo. Pero no había opción. Ya ni siquiera debe existir la casa. Todo estaba bien antes. No tenías que cuidar a nadie, no estabas sola. Ahora todo es complicado, aletargado, vertiginoso. Pero él es indiferente a todo eso, para él esto es el mundo, no importa lo desquebrajado que esté.
Las emociones se funden en el caos que es existir, llevas meses aquí encerrada y ni siquiera puedes decir que seas miserable. Te gusta cuando se ríe o cuando tiene sueño y se cuaja en tus brazos. Te gusta cuando puedes hacer que la comida de lata se vea apetitosa. Ríes con sinceridad y culpa mientras piensas en Alma y en mamá y en el gato que tuvieron que dejar atrás, antes de huir aquí.
Incluso ahora, que el insomnio no te deja dormir, estás disfrutando la calma. Su respiración suave y profunda. Los ruidos nocturnos te hacen preguntarte qué ha sido del mundo. (a l g o d e b e d e q u e d a r n o la casa n i el gato pero DEBE HABER alguna casa algún gato. Lo sé).
Está lloviendo muy suave, el sonido del agua te arrulla, repasas todos los nombres que conoces para ese repiqueteo: chipi-chipi, pringar, chispear. Deben estar a pleno verano, por la tarde hacía un calor terrible, ni siquiera así abriste las ventanas. Él se mueve un poco al lado tuyo, se estira y se enrosca. Suspiras.
Nació para el cambio, para sobrevivir. Nació enfermo y con fiebre y con un cuerpo que el mundo parecía iba a rechazar. Recuerdas bien tu propia fiebre, la abstinencia de aire limpio que aún tiene vestigios en tu cuerpo y no entiendes cómo alguien tan pequeño soportó todo eso. Quizá la enfermedad tampoco cupo en su cuerpo.
Antes de que caiga puedes sentirla, el calor en tu vulva y una hinchazón que no llega a ser desagradable. La dejas fluir, que escurra. Cuatro meses. El cambio tampoco para en ti, tu cuerpo y tu mente avanzan, no sabes a dónde, pero no dejan de moverse. Este hogar-ecosistema donde habitan se encoge a la vez que ustedes dos siguen avanzando. Cada uno a su ritmo, pero juntos.
La lluvia continua. Quieres un cigarro. Ambas cosas están haciendo que la ansiedad camine sobre tu piel. La lluvia continua, no ha parado, eso no es normal, eso no pasa aquí. De verdad quieres un cigarro, ya no tienes náuseas y puedes ver manchas de humedad en las paredes, quieres un cigarro. Él está golpeando la puerta, ya alcanza la manija y trata de girarla, pero aún no tiene idea de qué es una llave y mucho menos dónde podría estar. Sigues viendo la humedad, parece un mapa. Bel, amos, Tú y Bel, amos. Grita y empuja la puerta. Necesitas un cigarro.
El cielo se desgarra y cae. Una luz blanca inunda el exterior y se cuela por donde puede, casi piadosa y dándote oportunidad de taparle sus oídos, luego el estruendo que parece llegar hasta su interior, no deja de temblar. Te abraza con desesperación y entierra sus uñas en ti, tratas de mecerlo y, cuando para el trueno, le susurras al oído. Todo estará bien, es solo luz y ruido, solo luz y ruido. No debería llover así. El mapa en la pared crece, casi parece que late mientras expande su territorio. Otro rayo, manos a los oídos, otro trueno, no paras de balancear tu cuerpo. Solo es luz y ruido, no pasa nada, aquí estoy, aquí estamos.
No sabes cuánto duró, pero fue lo suficiente para temer, para pensar que quizá nunca pararía. Pero se detuvo, se durmió en tus brazos y tú lo seguiste. Te despertó el olor de tierra mojada (mamá me dijo el nombre: petricor, así se llama). Mientras tu consciencia y tu cuerpo se sincronizan y vas dejando atrás la modorra descubres algo nuevo. No terminas de comprender qué es. Tu piel se siente fresca, el cuello y los hombros te duelen, él sigue en tus brazos, enroscado. Pero hay una claridad inusitada en todo, no es la luz, es tu mente, viene de ti. Respiras hondo, el aire está fresco.
Tratas de levantarte sin despertarlo, pero con el primer movimiento abre sus ojos, voltea para todos lados, él también puede sentirlo. Hola, ¿me acompañas a buscar algo? Tí, amos. Siguen el aroma, la piel sirve de guía hacia ese frío nuevo, fresco.
Es del cuarto donde acumulaste la basura, al fondo. Antes fue una bodega para todo lo que no tenía lugar. El suelo está lleno de agua, un océano diminuto, lleno de basura. Las ventanas se rompieron, probablemente anoche durante la tormenta. Un rayo de luz entra por la ventana rota, puedes ver las motas de polvo en el aire, el aire fresco. La claridad viene del aire en tus pulmones, de aire lleno de tierra y agua.
Hay un nudo en la garganta que crece a cada segundo. Todo este tiempo asegurándote de que nada entre, de que nada salga, con los restos de la fiebre controlándote, tú tratando de controlar algo, aunque fuera el aire. Ahora todo es inútil, el mundo entró a la fuerza. Te tallas los ojos. Estás por llorar cuando volteas a verlo. Está paralizado.
Los ojos bien abiertos, con esa luz que viene desde adentro, las pestañas negras enmarcan el iris que destella como escamas de pez. La boca abierta en un círculo perfecto. Toda la sorpresa no le cabe en el cuerpo. Ni siquiera habla. Extiende la mano, la acerca a la luz, se detiene a unos milímetros, inseguro. Entonces te das cuenta, es la primera vez. Esto es nuevo. Sin precedentes.
Es la primera vez que puede ver el polvo así. Te hincas a su lado y también tratas de experimentar algo nuevo: ver las cosas desde su perspectiva.
Flotan, diminutas, precisas, la luz las toca, no, no… es como si la luz las creara, desde este ángulo, a contraluz, parecen brillar por sí mismas, como sus ojos. Son parte de toda la luz que se cuela por la ventana, luz granulada, luz concentrada en pequeñas partículas, flotan y caen con una lentitud que no pertenece a este mundo.
Sientes su manita sobre la tuya. Son motas de polvo, mira, no pasa nada si las tocas. Estiras tu mano libre, sientes como la luz lame tu piel con tibieza. Tú, Tú. Sonríes. Sí, también puedes tratar de tocarlas, no pasa nada (No pasa nada). Corre sobre el agua y sumerge su cuerpo en la luz.
El mundo cambió, dejo de ser lo que era y se volvió algo más. Perdiste casi todo, casi. Lo que queda es suficiente, tú y él. Tan chiquitos, tan fuertes.
Te preparas, con tanta lluvia debe de haber verdolagas por ahí, y con suerte encontrarás pitayas, Alma dijo qué había cerca de aquí. Con más suerte encontrarás algo sobre ella (Porfavorporfavor).
Debe de haber más, más como ustedes. Lo necesitan. Lonecesito. Debe haber más. Respiras hondo y sientes tu cuerpo, tuyo, movimiento y cambio constantes. Míomíomío. No es cascaron ni jaula, eres tú, por mucho que duela; piernas que sostienen y manos que sujetan. El ecosistema de todo lo que eres y que te permite sobrevivir. Exhalas. Su mundo necesita crecer. Más espacio. Más personas. Más palabras. Gritas su nombre con emoción. Te mira con dicha, con ojos frescos y un rostro que no pertenece a un bebé pero aún no es el de un niño. Vamos. Señalas la puerta y metes la llave en la manija. Corre hacia ti.
¿Tú? ¿Bel?
Sí, juntos, tú y yo, Ona y Bel.